LA VICTORIA ES MÍA!

Decir verdades es muchas veces comprometedor para muchas personas, o quizá para la mayoría. A estas alturas de la vida propia, creo sin lugar a dudas que decir la verdad no es sino sinónimo de compromiso real y generoso con al vida misma, con uno y sobretodo con Dios.
Así, me permito hacer un somero intento de la negación de la falacia, o más bien conocida como "verdad". En el más amplio sentido de la palabra. Y claro, desde una óptica peculiar y personal.

Hace unos días tuve la oportunidad de leer una diapositiva referida a la edad de cualquiera de nosotros, pero con la orientación del "hacer", teniendo en cuenta la experiencia ganada a través de los años y de la sensatez con que debe manejarse las actitudes de alguien como tú o como yo.

Si obramos de acuerdo con la razón solamente, estaremos cercenando parte de nuestro ser, y considero que eso es muy injusto. Si obramos sólo con el corazón, podemos caer en la tentación de no pisar suelo, como se diría popularmente.
Pero si ambos componentes están estrechamente unidos, no cabe la posibilidad de equivocarnos, sino más bien de enrumbar por el buen camino. Y ¿quién no quiere confiar en lo que desea?

Dicho este preámbulo, me permito exponer algunas consideraciones.
En primer lugar, y discúlpame que trate en primera persona, dicho sea de paso, así no me coloco en otra posición y a la vez no habría la posibilidad de incomodar a nadie.

Los años me permitieron ir aprendiendo muchas cosas de la vida, por ejemplo que se puede sentir hasta el punto de llorar, en lo alegre y feliz como en lo penoso y triste. Una experiencia de esas fue cuando murió mi papá, yo frizaba los 17 años aproximadamente. Una experiencia única y muy dolorosa.
Pero así como existen experiencias lamentables, también las hay felices, como cuando nació mi hija, un deseo concebido en el corazón y la mente desde mi juventud, incluso mucho antes de formalizar siquiera un enamoramiento. Por eso, a veces pienso que lo bueno siempre termina realizándose.

Para no salirme del contexto de la idea a la que me quiero referir, es que la vida nos ofrece oportunidades en cantidades muchas veces desconocidas e incluso que pasan de manera inadvertida a nuestros ojos. Lo que hace falta es agudizar no sólo la vista sino todos los sentidos,e incluso aquellos que existen y que no los desarrollamos y que van má allá de los 5 estudiados en el colegio.
La manera cómo tomemos esas oportunidades, el análisis que obremos sobre ello, las decisiones por último que asumamos, determinará nuestro futuro, sea este inmediato, mediato o lejano. Pero esta verdad representa una ley universal que trasciende muchos encasillados pensamientos; como también inquieta a aquellas personas que valiéndose de sus "conocimientos" pretenden manejar sentimientos e incluso vidas, no teniendo el derecho en absoluto de hacerlo, ni ahora ni nunca.

La edad a la que me refería al comienzo, no determina la manera del proceder de uno, puede alimentarlo y darle soporte asidero, pero en cuanto a la experiencia ganada, pero está mucho más adentro del ser de cada quien, en lo profundo del corazón y de la razón juntos, el poder de determinar la grandeza del vivir o la derrota perenne de la vida de una persona.

Si la vida debe ser bien vivida, esto es, buscando las metas supremas como el amor, la felicidad, el bienestar general, entonces vivamos de acuerdo a esos "frutos alcanzables", dejemos atrás aquellas bombas de pesimismos y equivocadas tendencias de hacer por hacer, o de caminar según lo que le gusta y decide la gente.
Fuimos creados seres únicos e irrepetibles. Por lo tanto, ¿cabría la idea de pensar que debemos ser como los demás, en el sentido de ser como ellos por lo que son? Yo creo sinceramente que no. Nuestro raciocinio y buen juicio nos dan la posibilidad de determinar lo que queremos, y nuestro corazón de quererlo con vehemencia sana hasta conseguirlo.
No importa la edad, nunca se es anciano hasta que uno se lo propone. ¿Lo has pensado alguna vez? Yo conocí a un hombre de más de 90 años y en su expresión del alma, en sus palabras y en su alegría, era un jovencito. ¿Conoces a alguien como el que te describí? Posiblemente que sí. Y ese es un ejemplo vivo de lo que digo.

Por eso, y a manera de conclusión personal, la determinación de alcanzar nuestras metas preciadas y más lindas, sólo está en nosotros. ¿Que quizá no lo podamos lograr? Tal vez. Pero déjame decirte que al igual que la felicidad no es una meta distante sino el camino por donde podemos atravezar en la vida; así también está la manera de inclinarnos para lograr realizar todo lo que ansía nuestro corazón y nuestra mente. Obvio que debe ser siempre positivo y que no pueda lesionar a los demás.

Termino diciendo que mi edad estará reflejada en mi proceder, en mi vitalidad para vivir bien mi vida, en el entusiasmo que ponga para hacer lo que quiero, sin caer en soberbia ni vanidad; vivir conforme a mis valores, pensamientos, sentimientos. Por eso, LA VICTORIA ES MÍA!